Cuando murió mi abuelo Rafael heredé su habitación. Era noviembre de 1974, yo tenía 19 años y era la primera vez que disponía de una habitación para mi solo.
Recuerdo que detrás de la puerta colgaban unos cinturones de cuero y que el cajón de la mesilla de noche estaba lleno de piezas de mecheros, de esos que tenían mecha y se recargaban con gasolina, creo.
Era una de las buenas habitaciones de la casa porque disponía de ventana. A pesar de ello resultaba sombría. La ventana daba a la galería, junto a la puerta del retrete. Estaba en la parte norte y nunca entraba el sol. Además tenía una tela metálica muy tupida.